Y entonces, tímidamente intentaste explicarme lo que sentís hacia una tercera persona que resultó ser esta narradora, la misma que aclaró tus dudas y sobre todo aquellas de los papeles principales y sus respectivos antagonistas.
Apenas logré guardar vagamente tus palabras y me doy cuenta que tampoco recuerdo exactamente como pasamos de mitad de cuadra a esa esquina donde te abrazé para calmar aquella ansiedad de dos semanas finjiendo ser brunito, el viejito melancólico, hipocondríaco, mi amigo acuariano de teatro (ir al enlace).

Inconcientemente sabíamos a qué nos arriesgábamos con ese abrazo, escondidos a media cuadra del lugar de origen, y así fue que recorriste mi cara titubeando por no saber dónde empezar o en qué terminar.
Siguiendo el consejo de HITCH me dejaste decidir a mí, mientras esperabas a milimetros invisibles de mi cara, asique sin pensar en las concecuencias cometí el acto esperado por ambos.
Entonces vos te entregaste a mi o yo a vos, y simplemente delimité tu telar facial con mis huellas digitales, recorriendo cada pedacito de pómulo hasta llegar hasta la salida de tus palabras, mientras tus ojos climáticos me atravesaban en esa cercanía que los volvía borrosos.
Y ahí me di cuenta que ya no tenías 20 años y que eras exactamente igual a un nene que le da un beso a la nena que le gusta mucho.
Asi conocí una nueva manifestación de madurez, ahí me di cuenta cuándo esa acción sólo es por fervor adolescente y cuando es sincera como ésta, primera y única.
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