Pero veo mi interposición en la necesidad de éxito (tan común a mi edad) que me pregunto hasta qué punto podemos controlarla diciendo internamente: Pará un poco, flaca. El mundo te va a comer cruda.
Pareciera que hasta por momentos, ese ''amor propio'' disfrutara llevándonos la contra, metiéndonos en situaciones indeseables, para que nos reiteremos la misma pregunta al respecto: ¿Por qué carajo no cerré el culo a tiempo?
Pero necesitamos imponernos, demostrar que somos mejores, ¿Y todo para qué? ¿Por un pedazo de territorio? ¿Por unas mirada boquiabiertas de aquellos que jamás las consiguieron más allá del consuelo de sus madres?
Necesitamos ser aceptados, incluídos, alabados. Sentir y hacerles sentir que somos diferentes al resto. Nos pondríamos orgullosos si nos llamaran locos o desquisiados, porque los más genios, los que sí hicieron un cambio lo estaban.
Einstein, Mozart, Beethoven, Dalí. Todos locos, todos muertos.
¿Y ahora quién queda?
¿Nosotros?
¿Cómo podemos hacer la diferencia si constantemente luchamos contra nosotros mismos y una sociedad autoconsumista, que se refugia en la vanalidad de un conductor estrella, galardonado por su show sexista o peor aun, en personajes encerrados en una casa en una supervivencia ya no ''del mas fuerte'' si no del que más raiting aporte?
¿Qué es más importante, ser vistos masivamente o que el cambio que hagamos realmente funcione?
¿Utilidad o fama?
La respuesta, sólo detrás de la decisión de una vida superficial o el crecimiento personal.
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