Indomitamente, intentás saquear mis ideas, envolviéndote en los nudos de mi masa encefálica, triturando mis engranajes, esquivando la salida porque pretendés instalarte.
Carburás las bálbulas oxidadas, aquellas que me sometieron a una bruma incinerable, producto de un ritmo unitario.
Rehacés a tu antojo y ya no te cuestiono, porque dentro del estiramiento facial conforme y las quejas dubitativas, te plasmo donde nadie me juzga, sin apelar a la racionalidad porque de este modo no desterraría, en moléculas pesadas, cada instante adjunto al deseo inaprensible.
Te adueñás de mis circunstancias para recargarte y convertirte en el vórtice del asunto realmente inapeable.
Apresaste mi resistencia y aun sostengo ingenuamente que no me entregué a tus presuntas pretenciones.