Es increíble cómo disfruto la soledad de los lunes.
Podría odiarlos por el sólo hecho de ser lunes, de dejar el fin de semana atrás y volver a la rutina semanal, a usar el uniforme, a ponerme el shortsito abajo de la pollera para no publicar mi culo en la escalera del patio, a despertarme a las 6:30 (Bueno, en realidad a las 7,pero siempre está la intención de despertarme 6 30 para llegar ALGUNA VEZ a horario al colegio).
Pero a pesar de esas y mil razones más que utilizamos para odiar este inicio de semana, tengo la única y mejor ventaja de lo demás dias, de estar completamente sola desde la salida del colegio hasta las 6 de la tarde, cuando vuelva Pablo y mi abuela, para retomar el manicomio doméstico.
No es que sea reacia a estar con gente, pero la familia no es lo mío. Quizás dentro de 10 años aprenda a convivir con alguien, aprenda a respetar horarios y espacios, pero por el momento prefiero el individualismo (si usted lector, está pensando que soy egoísta, está en lo correcto) el hecho de elegir qué y si comer o no, ordenar a mi forma y tiempos sin que nadie te corra atrás pidiendote que lo hagas rapido o mejor.
La vida del solitario está llena de reglas autoimpuestas que solo limitan el propio comportamiento.
Y mientras escribo esto, me doy cuenta que hay mucho más para hacer en la casa( lavar platos de anoche, de hoy, colgar la ropa, barrer, planchar ordenar, hacer las camas) que estar sentada en un escritorio con las piernas sobre la cama, al mejor estilo empresario importante en su despacho. Pero si hiciera ya en este preciso momento, todas esas cosas que tengo que hacer, perdería mi libertad (o mas bien libertinaje) de los lunes, mi moral se vería azotada con la vívida imagen de mi abuela diciendome lo que tengo que hacer cómo y cuando.
En días como hoy comprendo que la libertad se encuentra en las intimidades más simples.
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