A las siete de la mañana, el Trescua no es un colectivo amanecido. Es sólo aquella gota de baba cayendo sobre el labio inferior, es aquellos ojos rasposos por la lagaña sin despegar, es aliento a café, a mate recién empezado que por falta de tiempo no fue acabado.
Y las señoras se maquillan, los caballeros se acomodan el traje, ya ni se miran los unos con los otros; a esa hora no hay ser mas irresistible que una buena almohada, ya el colectivero maneja por inercia y memoria, y yo frustrada, miro a mi querido Trescua envidiosa por tener que caminar al colegio y perderme esa vieja cama colectiva.

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