Colocando suavemente sus manos sobre aquél borde que generalmente es de de un metal ahuecado o una madera barnizada, se la va deslizando hasta unirla con su vecina, su espejo contrario, donde sus costados se tocan y de a poco la brisa aparece, y uno se agita por el peso de la misma, que tanta satisfacción nos da si la altura es la adecuada para mirar los techos del barrio.

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