Desde que tengo memoria, juego a los jueguitos. Literalmente, es el primer recuerdo que tengo de mis 3 años, Pablo enseñándome a agarrar el control y yo chocando contra todas las paredes en el Mario Kart. Criada por un hermano varón, muchos aspectos femeninos quedan en segundo plano y entre jugar a la mamá y matarnos a tiros en el Perfect dark yo ya te había encendido la tele.
Porque esa era una de nuestras conexiones más puras. Usábamos un lenguaje de botones y cantar victoria matando al otro era un gesto de orgullo pero a la vez de amor fraternal.
Ahora crecimos, y salvo en navidad, no tenemos tiempo para eso. Todavía tenemos suerte de cruzarnos en el mismo techo de vez en cuando. Pero ahora todo esta bien, y nombro esa época ya no con nostalgia sino como si se repitiera pero de otra forma, mas adulta, mas letrada pero para siempre igual de pueril. Porque es mi hermano mayor, mi ídolo. Ese flaco grande que siempre me va atajar del mundo porque los caños solo él me los puede hacer.
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