Connecticut, viernes 21:38 hs. Sarah Palmer entra al hospital Hartford con contracciones. Su embarazo entró en la semana 39 el lunes pasado. John Coldfield, su esposo, la acompaña y presenta sus datos en recepción para agilizar los trámites. Un equipo de médicos conduce a Sarah a la sala de parto, su primer hijo nacerá en cualquier momento.
Buenos Aires, 22:38hs. Laura Martinez, tendida en el suelo en posición fetal, oscila con el cuchillo entre sus dedos, lo deja colgar como un péndulo, parece hipnotizada por el mismo. Aún no ha realizado ningún corte por su piel. La soledad de su habitación la expande, las sombras de la ventana que en su niñez tanto la atemorizaban, hoy la acompañan y se transforman en voces en sus cabeza.
Sarah se disputa entre la emoción, los nervios y los dolores inaguantables de las contracciones. Desearía que todo acabara más rápido, hace años que anhela este momento, dar a luz y sentir el calor de unas manos tan chiquitas contra su pecho. La felicidad gobierna sus sentidos. John está con ella, después de ya haber perdido un embarazo y con un alto porcentaje de no volver a quedar embarazada, lo lograron. Hace quince años que se conocen y los dos admiten que solo podrían elegirse el uno al otro para vivir el resto de sus vidas. El nombre lo pensaron desde el primer momento: Ian, como el profesor que los hizo conocerse en la universidad.
Mi futuro se refleja en tan solo el fijo de un cuchillo - piensa Laura - Cansada del encierro, de la falta de oportunidades de elegir su camino, la opresión en un mundo donde debía agachar la cabeza siempre y respetar cada mandato y tradición familiar, una vida miserable y mediocre.
Nunca consiguió rozar la libertad. Ni siquiera cuando tenía sexo a escondidas, aun así, se sentía presa de cada consecuencia. Si había cosas que la hacían sentir viva, hoy ya no las tiene o no las entiende, o quizás ya no le importan. Si no puedo decidir sobre mi vida, por lo menos puedo elegir mi muerte - Esa era la idea que la llevaba hoy. Pensó en robar algunos calmantes para sentirlo unicamente como una larga siesta, pero sabía que había posibilidades de fallar, más de una vez escuchó historias en las que sólo producen un revuelto en el estómago y se expulsa, fracazando completamente.
Su madre no estaba, había salido y no volvería hasta la madrugada.
El médico que revisa a Sarah, dr. Charles Ducwick comienza a hacer controles de rutina, presión arterial, ritmo cardíaco, seguimiento de las contracciones. Sarah está perfecta, pero Ian tiene su cordón umbilical enredando a su cuello.
John toma la mano de Sarah, intenta tranquilizarla, con una postura firme y una mirada tierna, él también siente miedo, pero necesita darle seguridad a su esposa.
Ducwick les explica la operación de emergencia que deben llevar a cabo parte de la cesárea.
Sarah recibe anestesia local. Entre telas que tapan su abdomen, Ducwick y su equipo comienzan la operación. John luego de una larga esterilazación ingresa al quirófano y toma la mano de Sarah.
Laura está decicida a escuchar Requiem de Mozart por última vez, siente que su alma se eleva en cada vibrato de los violines.
Las sombras giran cada vez más rápido por su cabeza y las voces impasibles dan órdenes y contraórdenes. El coro de Requiem se eleva en su máximo cántico. Las gargantas arden y el pecho de Laura quiere sentir el frío del cuchillo. Sus ojos se mantienen tan estáticos que los parpados imploran parpadear, pero una fuerza externa no se los permite. El lagrimal comienza a segregar gotas. Laura alza por última vez el cuchillo hacia la luz y miles de arcoiris revotan en la punta.
Las voces le dan la señal, todas se ponen de acuerdo. Este es su momento. Toma su muñeca izquierda lentamente para sentir la apertura, arrastra el cuchillo de forma diagonal. Suspira tan fuerte hasta vaciar sus pulmones. Las voces se pelean de nuevo, siente que las sombras toman sus tobillos.
Ya con pocas fuerzas, termina su tarea del lado derecho y rendida, apoya su cabeza contra las patas de la cama. Las voces se apagan pero queman, se sienten contenidas. El alma de Laura de a poco comienza a apagar cada una de sus extremidades. La sangre que cae es su escape.
Se escucha un grito desesperado, pero no es la voz de Laura, ni de las voces. Mónica encuentra a su hija agonizando.
Ducwick realiza los últimos cortes, consigue abrir satisfactoriamente el abdomen de Sarah y comienza a desenredar el cordón del cuello de Ian, lo saca del vientre materno, lo levanta, todo un público de especialistas espera al momento del primer llanto liberador.
La ambulancia llega de inmediato a la casa de Laura Martinez. Monica y su hija van camino al Hospital más cercano.
El doctor Luis Pratt logra estabilizarla, limpiar la herida y realizar la transfusión. Laura está fuera de peligro. En su interior, las voces duermen junto a ella sedada por la anestesia. La sangre que escapó de su cuerpo no sirvió como puente para liberar su alma.
Ian no llora. No se escucha sonido alguno, Ducwick controla los signos vitales del recién nacido. Segundos más tarde mira fijo a John, cabizbajo, sopla en un susurro la frase más temida.
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