Todos tenemos un vicio, todos.
Algunos lo confunden con hábitos, excusas de ''es un mal momento, después lo dejo'' y la automentira crece.
Confias en tu propia voluntad como si fuera la fuerza suficiente para pararlo. Lo hacés a escondidas para sentirte menos acusado.
La ansiedad te va carcomiendo; momento que lo dejás, momento perfecto para tener el doble de esa necesidad y volver a cometerlo, volver a enpastillarte, a tragar cuanta mierda de comida haya, a fumar, a tomar, a tener sexo.
Es una respuesta a la aflicción, a una realidad que nos gustaría que no nos perteneciera, por sobre todo, un acto de cobardía.
Sos lo suficientemente bueno para idear el plan perfecto y conseguir ese vicio que te seduce y ni siquiera te atrevés a utilizar la inteligencia para frenarlo.
Avanza, en cada no, traga dos casilleros. Te gustaría atragantarte en él, desmayarte rodeado de eso que te gusta. Sentirte saciado, satisfecho. Pero crece tanto que te traga.
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