Estoy conforme, un poco cansada pero con la mente planificando a futuro, a sentir la sensación de cobrar mi propio capital por algo realmente merecido, por lo que me muevo día a día de un lado para el otro, con la sonrisa bien puesta para que ningún cliente quede insatisfecho.
En solo tres días vi y aprendi inmerable cantidad de cosas, más allá de las actividades en sí, cada tarea tiene un secreto y una impresión que solo se ve con la persuasión, buscándole la vuelta y el impacto, aunque suene un delirio encontrarle una filosofía, pero si, puedo jurar que la tiene.
La gente me llama la atención, reparo en mirar sus caras, sus movimientos, sus actos estúpidos y sus reflejos ante ellos. Trabajar en un local de comidas rápidas te permite la posibilidad de ver cada una de sus distracciones, cómo son capaces de dejarse llevar por las narices cuando tienen un cartel publicitario en la cara y mas aun si es de comida.
Es gracioso cómo una hamburguesa los atonta, los deja ''satisfechos'' física y emocionalmente.
Están los que van temprano y se quedan hoooras aunque ya no quede nada en la bandeja, pero aprovechan ese ratito a solas, alejados de sus mundos, leyendo un rato, escribiendo, quizás pensando. Están los otros, que van de a muchos a pasar un rato de reencuentro, sincero o no, porque en sus mismas caras llenas de comida se lo ve de lejos.
Y estamos los que deambulamos por ahí, ayudando a la gente con pequeñeces pero que hacen a la presencia, y ahí descubro, cuánto cambia cuando uno le sonríe al trabajo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario