Se dispuso a aparecer entre tantos prejuicios que invadían la mañana, de un dibujo sin terminar, la una canción asonante dirigiéndose hacia la cama, descansando sobre ella, acariciándola, convirtiéndose en inmortal,
enrosca una corchea entre su pelo y tironea de él.
¿No ves que blanco soy, no ves? Dice ella, y revuelve, recae en la primer estrofa. Amplifica esa nota subersiva, escapista de la llanura del pentagrama, lo convierte en 6 o quizás 7 renglones, lo modifica y termina, inconcluso en uno mismo, reapareciendo con un presionar de play.

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